Botonera

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9.4.12

BI(T)BLIOGRAFÍA - "LA EXPERIENCIA FÍLMICA: CINE, PENSAMIENTO Y EMOCIÓN"

COORDINADOR: AGUSTÍN RUBIO ALCOVER

Zumalde; Imanol La experiencia fílmica:
Cine, pensamiento y emoción
.
Cátedra, Madrid, 2011
POR AARÓN RODRÍGUEZ SERRANO









En defensa del texto, en defensa del placer

La irrupción de Imanol Zumalde hace ya casi una década en el panorama editorial nacional supuso un soplo de aire fresco y la ejemplificación de que se podía compaginar la herencia recibida por toda una generación de analistas textuales pioneros y afilados con las nuevas metodologías y las nuevas intuiciones de un cine en constante mutación. Su reivindicación del estudio de la forma fílmica no se construía sólo en torno a las aportaciones de Santos Zunzunegui –lo que, después de todo, todos le debemos en mayor o menor medida al Maestro-, sino que Zumalde intentó desde su primer párrafo introducirse, filtrarse, pelear su propia voz teórica en el texto.
De ahí que su tercer libro pueda y deba ser leído como la consagración de un estilo, la aplicación más certera y afilada posible de un método de trabajo que emerge con una apasionante capacidad auto-reflexiva, como si la metodología naciera y se sedimentara en cada uno de los epígrafes del texto. Y –lo que sin duda diferencia éste libro de muchos otros títulos más o menos brillantes dedicados al análisis textual-, el autor es lo suficientemente valiente como para ofrecer al lector una suerte de streap-tease teórico, un gracejo y un garbo desinhibido a la hora de situar las herramientas encima de la mesa, recrearse en los filos, acariciar las suturas,  ofrecer al personal la colección de cuchillos y los modos de empleo con los que se arroja a todo un reto teórico: volver a Ford, a Chaplin, a Mizoguchi.
Zumalde no tiene reparos en adentrarse en el aparataje conceptual con un machete entre los dientes, posicionándose con una claridad vertiginosa –no por su rapidez, sino por su capacidad para provocar un vértigo sorprendente en el lector- entre los rudimentos bibliográficos/contra los lugares comunes de una cierta teoría psicoanalítica, cognitiva o de la recepción. Lo que muchos podrían considerar como una apología apasionada y apresurada de la semiótica estructural –incluso algunos ingenuos todavía se preguntarán hasta qué punto es necesario a estas alturas volver a Barthes o a Eco-, en manos de Zumalde se convierte en una danza implacable, un tiovivo capaz de compatibilizar claridad, lucidez, humor negro y una altísima y necesaria dosis de incorrección política.
A lo largo de la primera mitad del trabajo (1), -titulada, muy pertinentemente, La emoción fílmica: un balance teórico-, el autor realiza la dificilísima –e incómoda- tarea de reflexionar en voz alta sobre sus obsesiones, sus préstamos con otras metodologías, sus intuiciones sobre la cultura popular, sus iluminaciones a la luz de las firmas más relevantes de la semiótica. No hay que confundirlo con el viejo “Estado de la cuestión” de los proyectos de investigación tradicionales que suele quedarse en el suelo de la mesa de edición en su salto al libro impreso. Zumalde reenfoca de manera inteligente una herencia que combina materiales clásicos –los padres de la semiótica o de sus escuelas rivales- con una muy agradecible batería de referencias que nos llevan desde las lecturas más gamberras de Lacan –representadas por el cada vez más necesario Slavoj Zizek- hasta los arrabales de la emoción fílmica, con sus legiones de coches tuneados, minisalas con peste a palomitas rancias y miradas deseando ser excitadas por el más difícil todavía postmoderno.(2) No se trata de generar fuegos artificiales teóricos –ataque frontal que se ha escuchado más de una vez contra el propio Zizek-, sino de empujar la realidad de la recepción cinematográfica más allá de las salas de arte y ensayo, las filmotecas al uso y los locales -momificados pero necesarios- de la alta cultura. Se sentirán defraudados, sin duda, todos los que acudan a Zumalde buscando una repetición de los tópicos sobre la Modernidad, los enfoques formalistas de Bordwell o, llegando al meollo del asunto, los apóstoles de la tan manida como vacía Nueva Cinefilia. En el libro que nos ocupa no se pretende salir guapo en ninguna foto de grupo.
La segunda parte del trabajo asume los riesgos iniciales y se arriesga a poner en negro sobre blanco todo lo sugerido y recomendado en las páginas previas. Se trata, sin duda, del momento en el que el lector que no haya leído los anteriores libros de Zumalde tendrá motivos para contener el aliento y preguntarse si, tras una defensa teórica tan rigurosa, el analista será capaz de satisfacer las expectativas que ha construido. La lección teórica está blindada y es lo suficientemente exigente como para exigir unos resultados impecables.
Afortunadamente, Zumalde no defrauda y sale a hombros del diálogo establecido con tres figuras fundacionales y estudiadas hasta la médula. Su lectura de Chaplin no se deja encallar en el aparente mar de almíbar que siempre aducen sus detractores. Su lectura de Ford escapa de los tópicos y las frases baratas, haciendo lo imposible para trabajar siempre sobre la superficie –nos atreveríamos a decir, la verdad- textual del director. Su lectura de Mizoguchi demuestra, finalmente, que la forma fílmica es capaz de hablar por sí misma más allá de las barreras construidas por los Cultural Studies. Tres firmas, tres formas, tres ideas. Parecería, incluso, que Zumalde ha evolucionado desde su anterior –y también muy meritorio- Los placeres de la vista: Mirar, escuchar, pensar (3), utilizando un corpus fílmico más acotado y dirigido que acaba revirtiendo en una mayor clarificación de las ideas propuestas. Nos encontramos, sin duda, ante una obra más compacta que ha sabido mantener las virtudes estilísticas y metodológicas de sus trabajos anteriores, ofreciendo nuevas perspectivas en un debate global y mutable, a medio camino entre el placer del texto y el ansia de compartir lo aprendido.
La experiencia fílmica sólo nos hace desear que Zumalde vuelva pronto a la carga, que siga leyendo y compartiendo sus intuiciones. Sus libros no sólo enseñan –uno intuye que sus alumnos deben estar especialmente orgullosos, ya que su actividad docente se filtra en las páginas del texto desde una cercanía y una humildad encomiable- sino que además animan a enseñar. Invitan, y quizá este sea su mayor logro, a compartir la experiencia vivida al calor del cine.



1. ZUMALDE, op. cit., pp. 15-115.
2. En este sentido, no podría resultar más afilada la reflexión que el autor realiza en torno a la distinción entre una “cultura popular de calidad” y todo ese magma repugnante de materia adiposa fílmica que satura los canales perceptivos a golpe de estímulos con fecha de caducidad. Véase ZUMALDE, op. cit., pp. 58-59.
3. ZUMALDE, Imanol, Los placeres de la vista: Mirar, escuchar, pensar. Valencia: Generalitat Valencia, 2002.

Charles Chaplin