Botonera

--------------------------------------------------------------

9.4.12

BI(T)BLIOGRAFÍA - "LA INVENCIÓN DE LA MODERNIDAD"

COORDINADOR: AGUSTÍN RUBIO ALCOVER

LOSILLA, Carlos: La invención de la modernidad,
o cómo acabar de una vez por todas con la historia del cine
.
Cátedra, Madrid, 2012
POR AARÓN RODRÍGUEZ SERRANO




“Tú ves, ahora, cautivas a esas furiosas: vencidas por el sueño, las vírgenes abominables, viejas muchachas de un antiguo pasado, a las que nadie se acerca, ni dios, ni hombre, ni bestia. Nacieron para el mal, ya que habitan las dañinas tinieblas y el Tártaro subterráneo, odioso a los hombres y a los dioses olímpicos. Sin embargo, huye y no te acobardes: te perseguirán a través de un vasto continente, por cualquier tierra que pise tu huella vagabunda y allende el mar y las ciudades rodeadas por las olas”



(Esquilo, Las Euménides)



La sonrisa ensangrentada de las Euménides

El fantasma del cine moderno. Arrastrándose con sus cadenas en una topografía del terror compuesta por aulas universitarias, filmotecas, redes de descarga, libros especializados, charlas a media voz proferidas por francotiradores de la teoría fílmica, recuerdos o ensoñaciones de viejas glorias –ah, te acuerdas de aquellos felices días de combate maoísta,
mon amour-, el fantasma del cine moderno que a veces se piensa melancólico, otras pornográfico, otras plomizo. Olvidado del Dios-Araña/Kinépolis y de los hombres de aquí abajo. Godard, nachos con queso y combo de palomitas mientras las Euménides del capitalismo hacen cola bajo la lluvia tremenda de la Historia.
Godard, ¿no ves que estoy en llamas?
Ustedes encontrarán el libro de Losilla en la sección Cine de unos grandes almacenes entre un tocho saturado con fotos a color de Marilyn y Las 1000 anécdotas despiporrantes de Hollywood. Pero no se dejen engañar. El libro de Losilla es una novela de terror agazapada sobre los estantes fingiéndose ensayo, una bestia incómoda y melancólica con forma de Euménide que a veces parece un vampiro femenino excitante con el gesto de la Viti y otras es Harriet Andersson arrodillada tras el papel pintado, recitando con sus labios carnosos trozos de San Pablo. El libro de Losilla parece una medicina inocua para cinéfilos y habituales del Caimán, pero quizá es otra cosa, quizá es una carta de amor escrita con la sangre todavía fresca de los Padres del Cine Moderno, ay Godard, ay Truffaut, ay Rohmer.
En los años de la adolescencia llevábamos bajo el brazo las revistas porno de los chinos y la Historia del cine de Román Gubern, y así nos pasó, que teníamos un onanismo cronológico y ordenado, purísimo, un anecdotario entre John Ford, el cumshot y la selectividad. En los años de la Universidad empezamos quizá a pensar que lo del Gubern era otra cosa, que la Historia del Cine era en realidad una Histeria del Cine, esto es, un útero cinematográfico y freudiano, un útero dulcísimo y religioso lleno de reclinatorios, ora pro Nobis Godard. Una vez, una niña en clase dijo que Un film comme les autres era un coñazo y nosotros la sacrificamos pulcramente, bebimos sus sangre y brindamos con su útero no-cinéfilo.
Ahora llega Losilla y quiere vender un libro que en realidad es un obituario, un estado de pánico. Tiene algunas tesis que podrían parecer sencillas, pero que en realidad son carreteras asfaltadas entre lo que llamamos el cine moderno y el manierismo, dos caras de un espejo que a veces escupe a Minelli y otras a Antonioni, que disecciona a Visconti y, en un parpadeo, se desliza hacia el baile zombie de Fred Astaire. Un libro que en su capítulo cinco –El duelo por Europa: de ausencias y mausoleos- se desliza más allá de la melancolía habitual en su autor y lo transmuta en un pirómano, en una legión de Euménides que gritan, desgarran, se descojonan y aúllan de terror purísimo ante una fotografía cambiante de Europa. Quizá sean las cincuenta páginas más peligrosas, brutales, inmisericordes e iluminadoras que se han publicado sobre la hipotética muerte del cine en los últimos cinco o seis años. Quizá, llegados al límite, no hablen siquiera de cine moderno, sino que acomodan en su interior fantasmas que escapan por las hendiduras de los campos de exterminio, los bancos, las empresas, las minisalas, los planes educativos, las ferias de tunning, mamá-quiero-ser-artista. ¿De qué habla Losilla, sino del vuelo del ángel de Benjamin –que no es, quizá, sino una Euménide emergida de la intuición del nazismo- reflejado en una pantalla cinematográfica? ¿No tiene la carne de la monografía de Marilyn en los grandes almacenes de pronto la piel quebradiza y putrefacta al someterse al contacto de La invención de la modernidad? ¿Y no es por eso mismo la propuesta del autor una carcajada terminal y envolvente? Carlos Losilla se ciñe el frac y el sombrero de copa del enterrador de El tambor de hojalata y se pasea por nuestros cementerios celebrando, ay Dios, que hoy es un día maravilloso, qué hermoso día, un día ciertamente incomparable.
Pero el enterrador se detiene primorosamente ante otros cines, y de pronto arroja dos palabras nuevas sobre el tapete: disolución y monumentalidad. Por supuesto, su discurso se escora brevemente hacia los referentes, los nuevos padres, el nuevo lugar común heredado de las benditas Movie mutations: Kiarostami, Tsai Ming-Liang, los cines emergentes que reconstruyen/reviven la modernidad, o eso dicen. Si el cierre del texto acabara citando por enésima vez al Leaud zombie de What time is it there? podríamos colocar con cuidado el volumen junto al resto dela colección Cátedra en nuestra estantería familiar y pensar: “¡Caray, Losilla casi lo consigue!”.
Pero.
Pero el autor/enterrador/melancólico introduce, queda dicho, el concepto de disolución y el de monumentalidad. Y se atreve a alejarse con cuidado entre las lápidas para ver cómo refulgen los últimos rayos de sol gélido y apocalíptico sobre ese nuevo mausoleo europeo, de modernidad vaciada. La dualidad no es nueva en sí misma –desde diferentes foros, Gerard Imbert o Santos Zunzunegui han venido sugiriendo cosas similares-, pero quizá su injerto sobre el tapiz de la no-modernidad a finales de los noventa es el hallazgo del libro, en el sentido en el que propone una nueva línea de pensamiento y nos anima a nosotros, a sus lectores/amantes de la Euménide a salir corriendo en esa dirección, prendiendo fuego a los fotogramas y desarrollando una post-modernidad que reconfigure otra historia, o quizá otro relato del cine.
Ahora bien, no querría cerrar la reseña sin traer a colación un texto paralelo, o un debate textual disparado en otras plataformas. Mientras Ángel Quintana se escindía hace poco entre la crítica de la razón digital y la intuición de que quizá la Nueva Cinefilia no tendría suficientes conocimientos/intereses sobre la modernidad, yo pretendo afirmar con toda crudeza que el libro de Losilla responde con un gesto seco y amargo al debate. La invención de la modernidad no se puede pensar como un conjunto de posts en internet, comunicación cinéfila 2.0 en los foros o artículo de las revistas digitales. Ni siquiera su carácter suturado de colección de artículos ya aparecidos en otros lares –colección que, hay que decirlo, el autor no esconde en ningún momento- podría sugerir tal cosa.
Y es que no hay que equivocarse. Uno llega desnudo a La invención de la modernidad y desnudo se marcha, quizá malherido, quizá aterrorizado. El libro impone su tiempo y su cronología, se compone de esquirlas y de referencias, no tiene fuegos artificiales y exige a su lector que le tome en serio. No se presta a la urgencia de la actualidad –con la excepción, queda dicha, de la moda Rosenbaum en su guiño a Kiarostami/Ming Liang, pero el que esté libre de pecado…-, sino que se permite el lujo de sobrevolar, como buen ángel/Euménide, un territorio a medio camino entre la filosofía, la literatura y la historiografía. Para acuñar el relato del cine no basta con acudir a los festivales de la cosa: hay que leer sistemática y apasionadamente los nombres escritos en las lápidas. Y para escuchar a los muertos de la modernidad hay que tener tiempo, ganas, paciencia, y sobre todo, amar la imagen por encima de todas las cosas.
Y por eso leemos, escribimos y editamos libros de cine: porque amamos/tememos una imagen que está más allá de lo efímero on-line, de nuestro avatar en el Facebook. Porque pensamos que algunas imágenes son radicalmente necesarias. Porque el vuelo de la Euménide nos atravesó con más fuerza que nunca en Wenders, en Antonioni, en Bergman, en Kluge.



Fred Astaire