Botonera

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24.2.14

DERIVAS Y FICCIONES: LIBERTAD. CINE-TEXTO, por Marcel Hanoun

COORDINACIÓN: MARIEL MANRIQUE / HERNÁN MARTURET




LIBERTAD. CINE-TEXTO
POR MARCEL HANOUN









En un decorado vacío, únicamente con un segundo plano de vegetación tropical, hay puesta una pequeña mesa, y también un banco. Sobre la mesa están depositados, meticulosamente, algunos objetos utilitarios y familiares, un pequeño trozo de espejo quebrado, una pastilla de jabón, un cepillo de dientes, una falsa trenza de cabellos, una pequeña radio… quizá un pequeño crucifijo colgante, otra joya, una letra alfabética de rasgo vagamente hebraico o árabe.

El ritual, la puesta en escena, lenta, casi muda, sorda, con un dispositivo de captación de imágenes y toma de sonido.






Voz de mujer

A la hora que es, a la hora de aquí, de hoy, de ahora, ¿es vivir el no tener por horizonte más que el instante que se va? ¿No conocemos de la realidad de nuestro presente más que la amargura, los arrepentimientos futuros de nuestro pasado?

Soy la que soy, soy lo que soy, seré lo que seré, encerrada en mí misma, un día, quizá libre.

Estoy separada de otros y casi de mí misma. Soy única, numerosa. Soy prisionera de mi propia libertad, del encarcelamiento de los demás en su obstinada compasión, su piedad, sus reiteradas emociones.

Soy la imagen que me roban, imagen hurtada, degradada, que se hojea que se arranca hoja a hoja, imagen que se cierra y se vuelve a cerrar, que se encuadra y se reencuadra sin cesar, imagen siempre la misma, a la que me unís, me atáis, en la cual estáis proyectados, recluidos, rehenes en mi lugar, rehenes de vosotros mismos, detenidos en el estrecho y lujoso cercado de nuestros pensamientos uniformes, libres y no pudiendo sin embargo liberar nuestros vuelos trabados.

Mujer, isla perdida, soy ejemplo, el símbolo de toda libertad perdida. Soy una one woman show.

¿Soy el clon de mí misma?

Cuando no estoy vigilada por mis secuestradores, me vigilo a mí misma. Nuestro mundo no está cortado en dos. Estoy del lado del mundo, sin embargo estoy ausente del mundo.

Aquí, el silencio es un clamor.

Mis guardianes me han pedido que os escriba, escribir para vosotros. Escribo para mí, solamente me escribo a mí misma, solo escribo para mí. Al querer hablar para otros, innumerables, sola yo me hablo.

Sé que mis verdugos saben que soy inocente, esto refuerza mi pena, mi rencor y casi el perdón, saberles culpables.

Ser prisionera desde hace años –ya no sé cuanto tiempo, cuántas horas, cuántos días–, no cambia, no añade, no quita nada. Estar ya muerta en el instante de mi captura, me conserva en la edad que tenía en el mismo instante en que fui privada de mi libertad. El tiempo se detuvo, visible, palpable, y no envejecí más, y no llega mi fin. Tengo exactamente, todavía, una angustia difusa al saber que un día podría ya no estar. –¿Es posible que un día, la luz ya no exista?

¿La libertad de uno no vale lo mismo que la libertad de otro?

Hasta ahora solo he podido soñar mis evasiones, todas logradas. La realidad se me ha impuesto tras cada intento. Siempre, todavía sigo soñando. Mis guardianes me castigan cada vez más duramente por mis sueños fracasados. ¿Acabarán liberándome? ¿Tal vez me liberarán?

La imagen de vuestra voz –que capto a veces–, atraviesa crepitando mi soledad. Esa imagen de aquí es una luz incluso mayor que la luz de vuestras miradas. Cierro los ojos para veros mejor y sé que vuestra voz me mira. La retengo en mí, no puede escaparse, la detengo, es el rehén de mi sinrazón de mi razón que delira, de la locura muda que a veces en mí se libera.

El grito más violento no es jamás el más sonoro, sino el que vemos salir, silencioso, de una boca, sin rostro, como del vacío de una pintura.

Por encima de mi supervivencia y vuestros lamentos, el tiempo fluye con, secretamente, puede ser, sin decirlo, la tristeza de que, muerta, sigo todavía con vida.

Soy la parte oscura, escondida, la parte de sombra de vuestras conciencias turbias, de vuestros sueños, de vuestros miedos, asustados con la idea de entrever vuestro verdadero rostro reflejado en el espejo de vuestras vanidades.

Soy la máscara del olvido, la coartada de vuestras vergüenzas, de vuestras más ínfimas, íntimas renuncias.





Siento gotear, hablar a mis lágrimas –La furtiva lacrima, esta lágrima al borde de las lágrimas que retengo delante de vosotros, que lloro en mí, que reparto entre vosotros, rechaza sobrepasar mi mirada para alcanzar la vuestra. No son auténticas lágrimas, las que lloráis a través de palabras fáciles de pronunciar y de enunciar, inútiles, vanas.

Ya no siento, ya no tengo dolor. Del dolor, únicamente tengo la huella de su primera mordedura.

Solo soy un instante de mí misma, la aparición, la apariencia de mi realidad.

He perdido el sentido de la posesión. Ya no pienso más en MÍO y MÍA, incluso diciéndolo todavía, pero lo que poseo tiene la dureza metálica, la de los sentimientos, la del amor, la de la pasión, la de mis pensamientos libres, inmateriales.
¿La verdadera identidad de cada uno, su especie, no podría reducirse solamente a un rostro singular, y su origen no es otro que un lugar que no tendría espacio, la tierra, cuya carne jamás no alumbrará al hombre –donde el hombre no fue jamás parido?

Extraño, extranjero, nadie lo será solo por sus trazos físicos –por el solo y sonoro encantamiento de una lengua inaudita, la más inmediata encarnación de su íntima, inmaterial y secreta cultura, ofrecida, desvelada, sin divisiones, a nuestros rechazos, a nuestra pereza, a nuestros desvelos dormidos.
¿Podemos dejar de comprender al otro incluso en sus aberraciones, sus abandonos –interpretarlos?

¿Todo individuo, el otro, puede él, aislado, predestinado, ser designado, fuera del azar, como víctima, como presunto rehén?
¿Toda intención precede verdaderamente al acto, no lo precisaría más bien? ¿Tengo una parte de ser rehén, de no ser más que esto? ¿Mis guardianes me retienen por haberlo premeditado? ¿No son ellos prisioneros por haberme capturado? ¿No sería yo misma poseedora de la libertad de aquellos que posean mi libertad, y no es esta una parte de nosotros mismos y de nuestros prejuicios que tomamos del otro, reteniéndola como rehén? ¿Somos nosotros sufridores de su sufrimiento, de su alegría, de compartirlos?

¿No estamos todos nosotros habitados por la riqueza del lenguaje, sea cual sea la lengua desconocida? –La canción de nuestro habla sería la expresión de un canto que nos hace falta aprender a descifrar, a descubrir su doble, dual, música, contrapunto de nuestros pensamientos los más abiertos y los más secretos?

¿Un rostro no puede esconder otro, más verdadero, más justo? –¿No soy yo la entera, profunda realidad de mí misma? ¿No quedará de mí después de mí misma únicamente mi imagen, una efigie, quedando de mí solo aquello que no es esencial?

¿A menudo nuestras controversias impotentes no harían más que huir del tiempo, colmar nuestras flagrantes y estériles desocupaciones, desviarse de lo esencial, hacernos cómplices de la evasión del sentido que se escapa?

¿El bárbaro no es el que no hace más que evocar la barbarie, y el que se nombra él mismo, la víctima, no se designa, él solo, como víctima?

Toda independencia, toda libertad, no pueden afirmarse al principio más que interiores, íntimas y pensadas, mucho antes de ser proclamadas, deslumbrantes e irreflexivas, ondeando al mal viento de la opinión pública, como bandera brillante, amenazadoramente coloreada.





Globalizamos y asentamos nuestras propias creencias, mientras que tallamos y cortamos definitivamente, sin matices, las de los otros. Elevamos altas murallas entre la expresión de lo ajeno y nuestra comprensión. –Comunicamos ruidosamente más que intercambiamos con el corazón. –Y procreamos, damos a luz, no a través de un acto, deber de amor, sino por el compulsivo, irreflexivo orgullo de nuestro solo ego.

Nuestros patriotismos son mezquinos, nuestros nacionalismos imbéciles y locos, estrecha es nuestra generosidad, anárquicas nuestras rupturas, desviados están nuestros afectos. Llamamos entretenimiento a lo que no es otra cosa que extravío, corrupción, censura. Nuestras verdades se empequeñecen mientras que nuestros mitos se inflan. Fraccionamos y separamos nuestros corazones, nuestros espíritus y nuestros discursos como precintamos nuestros bienes, nuestras tenencias, nuestras tierras. –Pretendemos hacer y dirigir la historia, contarla, pero es ella quien nos crea, nos somete, nos cuenta.
Nuestros actos van más allá de nuestros verbos excesivos y, por nuestras sangres mezcladas, las torturas, la guerra, las hambrunas, nuestras luchas intestinas, nos proporcionan fatales disfrutes.

Nuestras pasiones, nuestros sentimientos, los más violentos, son subterráneos, los disfrazamos de buenos, bellos y dulces sentimientos hasta el punto de llegar a embaucarnos y a creernos virtuosos. –¿Aquellos que son virtuosos no lo son solo en apariencia? –¿Lo bueno no es más que el esfuerzo de enmascarar lo malo?

¿Es un juego hacer interpretar a mujeres, a niños, el juego de la guerra?
¿La marcha de un paso militar anima un pensamiento humanista?
¿Nuestra mirada interior no está abierta a formas revolucionarias, más que toda evolución irreflexiva, toda revolución misma?
¿Un pasamontañas enmascara el rostro de un niño interpretando el revolucionario?
¿La perversidad toma siempre el rostro de un ángel, de un ángel torturador, el rostro liso de los guardianes que me retienen cautiva, secuestrada quizás?

Y bellas putas pasaban a menudo, en pintura, para ser vírgenes inmaculadas.

Mi delectación de vivir, de soñar, ¿llegará hasta el momento de morir?

Sé que el altruismo, la generosidad, pueden recubrir una depreciación, casi un desprecio de sí mismo, hacer olvidar nuestras carencias, nuestros defectos, poner un límite a toda intrusión que podría desvelar la nulidad del desierto de un territorio quimérico, que no poseemos. –Aquí, aprendo a saber que no poseo nada.

Sé que la dureza del hombre puede esconder su miedo a la vulnerabilidad de amar, de ser amado, su rechazo de mostrarse en la desnudez de vivir.

Yo soy el árbol, vosotros sois la hiedra que lentamente me abraza, me estrangula, muy lentamente me quita la vida. Soy una soy uno entre múltiples, numerosos objetos de vuestros consumos fútiles, de vuestros caprichos, de vuestras pulsiones, soy la apuesta de un mercado, objeto de un comercio de sentimientos, de emociones, de compasiones sin retención –son valores seguros, sin cotización bursátil, no fluctuando más que al agrado de los vientos políticos, de los vientos oblicuos. –Estoy de moda.

¿No es indecible nada más que lo que no quiere ser nombrado, justo para poder decirse indecible? 
Mi situación no es indecible, tengo, tenemos, tenéis todos que responder, cotidianamente, a través del más pequeño de nuestros gestos, de nuestros actos, la más elemental de nuestras reflexiones,

¿No estamos tejidos, moldeados con las mismas palabras, los mismos males, petrificados?

Estoy sin maquillaje. Estoy desnuda, despojada, cautiva, mirando dentro o más allá de mí, no mirándoos. Estáis lejos, demasiado próximos, anónimos, huyendo de vosotros mismos y no sabiendo tomar al final una pausa, el tiempo para comprenderos, para conoceros, para tener conciencia de vuestra propia captura, de vuestros encerramientos.

Soy yo quien está en proceso de filmaros de miraros de escrutaros –me miráis, con estrechez, excesivos, pasivos y confortables, como en un espectáculo. No sabéis, queréis saber únicamente lo que os es dictado, no lo que os es legible.

Acumulamos saberes, no para estar profundamente impregnados, trabajados, por ellos, y conseguir así un don, sino para imponernos con ostentación, quedar en buen estado, en buena posición, provocarle celos a la ignorancia, al conocimiento de otro.

Somos los testigos de una gesticulación mediática, las víctimas extasiadas de una irresistible pandemia audiovisual. Estamos invadidos por un caos primitivo de imágenes, de sonidos, de contrasentidos, sometidos, inmersos, insatisfechos, sumergidos de ruido y de furor. No creamos, solo conseguimos mantener la producción permanente de un estado de carencia, de adicción y de dependencia. Fluimos hacia delante, no hacia la invención, la innovación, pero sí hacia el artificio, la salmodia repetitiva de un irreal poner los pies en el suelo. Nuestras derivas, nuestras costumbres atenuadas, nuestros alimentos, nuestras emociones y nuestras religiosidades desarrollan en el hombre un peligro de metástasis.





Voz de hombre

Por un instante he querido contar el desarrollo de una película, la de la lenta agonía, lejos, en otro lugar, allí, cerca, de una mujer –rodeada por un bosque de hombres– cuya proximidad consiste en pertenecer al género humano, a una civilización tribal común y de ser rehén de nuestra animalidad política.



Libertad, Alias, 2008
Traducción: Laura Settier Ramírez




CINE, CINEASTA
NOTAS SOBRE LA IMAGEN ESCRITA
Marcel Hanoun

Trayectos libros 1
17x23cm. - 156 páginas
ISBN: 978-84-941753-3-6