Botonera

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22.2.17

VI. "ABEL FERRARA. EL TORMENTO Y EL ÉXTASIS", Rubén Higueras Flores y Jesús Rodrigo García (coords.), Shangrila 2017



El asesino del taladro y Ángel de venganza



Abel Ferrara da comienzo a El asesino del taladro (The Driller Killer, 1979) con una advertencia: “This film should be played loud”. Se nos invita, antes de empezar la película, a fijarnos en su sonido ¿fuerte?, ¿perforante?, ¿taladrante? y a preguntarnos por la naturaleza de ese sonido, su importancia dentro del contexto del filme. El asesino del taladro es, para muchos espectadores, un simple ejercicio terrorífico de serie B; el hecho de que el director reconozca abiertamente que quiere atacar nuestros sentidos (la vista y el oído) es un gesto que puede resultar incómodo por lo artificial, lo provocador, lo pretencioso o lo ingenuo. Con todo no podemos precipitarnos, no sabemos cuál es la naturaleza de esta apuesta artística, si la podemos llamar así; tenemos que averiguar qué depende de esta advertencia, qué está arriesgando Ferrara, qué es lo que (se) perdería sin ella. De momento, “This film should be played loud” nos señala una de las líneas discursivas del filme; como espectadores, es nuestro deber seguirla hasta sus últimas consecuencias. Para Ferrara, en cambio, el éxito de la propuesta cinematográfica y su coherencia interna dependerán del buen funcionamiento de esta provocación o este truco (“gimmick”): el sonido debe ser tan relevante como se indica, y el volumen debe justificar por sí mismo el hecho de que se lo traiga a primer plano con esta intrusión del director.

De todos modos, nadie que haya seguido con regularidad la obra del cineasta considerará que el “sonido estridente” es una excepción en Ferrara. Sus películas son pródigas en balazos, gritos, peleas callejeras y accidentes, y la Nueva York que retrata en gran parte de su filmografía, la de los prostíbulos, los drogadictos, los vagabundos y los mafiosos, se presta ya desde el principio a un cine extremadamente ruidoso, explosivo, donde el sonido fuerte, el ruido, sería algo así como un cliché. Quizás podríamos preguntarnos, ¿por qué dar tanta importancia al volumen en esta película y no en otra? Más aún: ¿qué es en realidad el sonido, cuál es su papel en este filme en particular? Investigar estas cuestiones será posible sólo si tomamos en consideración, por un lado, la banda sonora, y por otro la trama, como partes inseparables de la misma obra. Desde una y desde la otra creemos poder llegar al núcleo común de la cuestión. Además, estamos hablando del sonido y el volumen pero al fin y al cabo de lo que se trata es de comprender el funcionamiento de una película en su forma y en su contenido; en última instancia, queremos situar El asesino del taladro en el corpus cinematográfico de Ferrara, y eso pasa por preguntarnos por el sonido como parte de la voz del director [...]


"Nueva York sin voz, o los crímenes de América.
Sobre El asesino del taladro (1979) y Ángel de venganza (1980)"
Ignasi Mena