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29.1.15

NUESTRO CINEMA - CINCO APUNTES SOBRE ESPACIO Y CIUDADANÍA: NOTAS SOBRE DOS PELÍCULAS DE PABLO LLORCA ("EL GRAN SALTO ADELANTE", 2014 Y "PAÍS DE TODO A 100", 2014)



CINCO APUNTES SOBRE ESPACIO Y CIUDADANÍA:
Notas sobre dos películas de Pablo Llorca
(El Gran Salto adelante, 2014 y País de todo a 100, 2014)

Por Aarón Rodríguez Serrano




Pablo Llorca



01.

A propósito del peligro tácito de que cada ciudadano tenga una cámara en el bolsillo.

A propósito del peligro de que un ciudadano decida, por su propia voluntad, recoger un fragmento del mundo que le incomoda y dejar constancia de aquello que esconde.

[Los que vivimos en la Comunidad Valenciana sabemos que los edificios “emblemáticos” de los últimos veinte años están manchados de sangre, de cocaína y del postureo a la hora del gin tonic de los garitos bien del puerto construídos más allá del barrio de  Nazaret en el que los chavales están jugando a fumarse la base de speed y navajearse entre ellos].

A propósito de que Pablo Llorca siga metiendo su cámara en las manifestaciones y siga empeñado en ejercer de aguafiestas y de cenizo en la Gran Fiesta del Cine Español, limpiándose el culo con la alfombra roja y consiguiendo, en un extrañísimo milagro, aumentar su producción. A Llorca no le alimentan los canapés rancios de la comedia romántica rural, el musical costumbrista o el inquietante sucedáneo autoral. Llorca tiene todo el hambre del mundo y por eso va de puerta en puerta, insomne, coleccionando imágenes o generándolas, pasando mil de la dirección de arte, el maquillaje, los manuales de guion y las posturitas de los Mesías 3D.

No siempre comparto el cine de Llorca –algo esbozaré más abajo al respecto. No siempre soy capaz de soportar su radiografía implacable de la situación y, en ocasiones, la desazón con la que responde a las mismas. Pero su cine es, contra todo pronóstico, el más radicalmente popular, social  y democrático que tenemos ahora mismo en España. Por eso, lógicamente, nos incomoda. Y por eso muchos deciden, simple y llanamente, que su cine no existe.


02.

Trabajo al alimón sus dos últimas propuestas, El gran salto adelante y País de todo a cien. Ahí se encuentra, desde el primer minuto, esa escritura árida, seca, una escritura de lo real que sin duda hace entrar en pánico y descoloca a muchos de sus espectadores. ¿Por qué dos películas, y por qué precisamente estas dos películas? El cine del director cambió de forma y trazo mucho antes del estallido de la crisis, como si hubiera atravesado una especie de epifanía social. Sin embargo, desde que España ha entrado a saco en el laberinto de espejos de la miseria su filmografía parece haberse disparado. Los temas, los gestos, los edificios… todo está ahí fuera, súbitamente conjurado, esperando a que alguien pueda decir algo sobre ellos. Las dos películas funcionan, en cierto sentido, como una cinta de moebius: se narra hacia la colectividad, se topa uno con los límites narrativos del tema propuesto, se escora la mirada hacia la significación de los espacios y su reapropiación en tiempos de crisis… y vuelta a empezar.

Ciudades, colectivos, individuos, masas. Revoluciones, ruinas, traiciones, emociones. Y así, se despliega el loop entre una cierta nostalgia –no hay una nostalgia revolucionaria en Llorca, sino una nostálgia cultural y una cierta revolución –no hay una revolución nostálgica en Llorca, porque la revolución está siempre empezando en estas dos películas.

03.

El gran salto adelante, Pablo Llorca, 2014


El gran salto adelante es un Bertolt Brecht en la periferia madrileña. Un Sechuán de colectivos latinos que recolonizan los parques para pegarle a los jugos, reescribir líneas de acción en el barrio, escenificar sus rivalidades y sus gestos. La tesis de Llorca coincide con la de un cierto urbanismo contemporáneo: el ciudadano español, incapaz de comprender los usos sociales del espacio comunitario, le ha dejado el testigo de la habitabilidad a los colectivos de inmigrantes que, a su vez, colonizan y visibilizan lo que queda de su pasado. Retratos de barrio pobre, barrio irreconocible e indescifrable para los maestros que imparten clases a las segundas generaciones de los recién llegados.

La referencia a Brecht no pasa tanto por técnicas de distanciamiento fílmicas sino por el afilado e implacable retrato de los habitantes neo-lumpen de las ciudades. La supervivencia y la convivencia se muestran como déficits, complejas líneas rojas de inescrutable planteamiento moral. Se bloquea la empatía y se genera una suerte de tristeza lejana: todos los personajes de la cinta, en un momento u otro, son mostrados en falta.

Y tras ellos, el espacio. Ciertamente, desde Jardines colgantes (1993), Llorca ya había demostrado una capacidad envidiable por trabajar simbólicamente el espacio urbano. Lo que allí era una suerte de zona mágica indescifrable aquí se ha convertido en todo un pequeño tratado de habitabilidad emocional. Los pisos escriben la vivencia económica de un país que acumulaba metros cuadrados para alquilar a los menos afortunados y sacarse unos euros –la vieja idea del ladrillo que manaba leche y miel- y que, en un traspiés, se convierten en ratoneras en las que la presencia del Otro es entendida casi como agresión.

[03b.

No sabemos convivir con el Otro.

Me pregunto si esa es una de las ideas centrales de El gran salto adelante, y por ende, la que menos he podido digerir. A mi entender, Llorca está plenamente alineado con las teorías de Renduelles y otros sociólogos que, en ocasiones vinculados con la línea de ciertos partidos políticos, señalan la necesidad de resucitar una colectividad perdida, desactivando el individualismo inherente a ciertos gestos y posturas vinculadas al neoliberalismo salvaje. No es este el lugar para entablar la discusión, pero –por mucho que yo no comparta esta idea, o al menos quiera exigirle algunos matices que no veo bien desarrollados en los tratados sociológicos “a la moda”-, no estaría mal señalar que Llorca es de los pocos directores de cine españoles que ha trabajado con todo rigor este planteamiento.
No sabemos convivir con el Otro… ¿Por qué no sabemos ser un nosotros? ¿Es posible ser un nosotros? Las cintas de Llorca, es bueno dejarlo por escrito, se mojan y responden: O somos un nosotros o estamos perdidos]


04.

País de todo a 100, Pablo Llorca, 2014


De ahí el problema del autor.

Y también la respuesta que se deja escrita en País de todo a cien, a mi entender, una propuesta mucho más interesante y un punto de giro absolutamente prometedor en la filmografía de Llorca. El gran salto adelante puede ser entendido como una sublimación de la escritura del director, una suma de todo lo que ya habíamos visto en sus anteriores cintas pero encapsulado con sobriedad y abierto a la inclusión del tema del inmigrante.

País de todo a cien supone, a la contra, un riesgo mucho más interesante y la posibilidad de jugar en una nueva liga. Llorca, pese a su innegable deuda con mecanismos narrativos fácilmente reconocibles –un viaje, una serie de personajes más o menos definidos que interactúan linealmente con el entorno-, se posiciona mucho más cerca de los parámetros del cine-ensayo. Y lo hace, por cierto, con toda brutalidad: realizando la topografía del gran engaño, la gran estafa española, los kilómetros y kilómetros de propuestas urbanísticas y políticas faraónicas que se hunden en el tiempo: nuestro inefable aeropuerto de Castellón con su monstruosa estatua de Fabra, los delirios de la Muela y la Expo de Zaragoza –que han encontrado, todo hay que decirlo, una reflexión literaria insuperable en las obras reunidas en torno al proyecto Plot 28-, las urbanizaciones fantasma y sin servicios.

Llorca intenta generar una alternativa popular a semejante despropósito: visibilización de la acción conjunta, crónica de las manifestaciones y la lucha por la sanidad y la educación. Dispara de frente y ofrece nombres propios, partidos políticos culpables, testimonios audiovisuales de cómo las plazas han sido arrasadas y los erarios públicos malgastados en planes de idiocia pura. Todo ese delirio de programación social con los campos de golf para los nuevos ricos del pelotazo y “la gente que quiere tener el avión aparcado en la puerta de casa” se muestra ahora como la prueba gráfica de la inoperancia de un pensamiento.

Y es bueno repetirlo: Llorca no se escuda tras un hipotético lenguaje documental aséptico, sino que recoge imágenes tomadas por otros, las reordena y las enhebra en lo que parece una confesión o una carta a los espectadores. Mundo dialéctico, film de expresión dialéctica desquiciada entre unos sujetos que luchan y unos sujetos que no necesitan luchar porque saben que ya tienen todo lo que querían. Crónica de manifestaciones, pero también de arrojadas posiciones políticas –el fragmento dedicado al nacionalismo catalán es uno de los disparos más arriesgados y certeros de toda la obra de director-, en las que Llorca muestra su rechazo ante la idea de “autor” para volver a la idea de obra general, voz coral de sujetos que son mostrados en actitud de espera ante la Revolución que viene, o a lo peor, de sueño ante la posibilidad de un cambio.

Hablan imágenes del presente. Las imágenes de archivo –las plazas en las que los vecinos charlaban, bailaban o hacían vida cotidiana- tienen la belleza de un trazo anónimo, individual, casi como si hubieran sido tomadas con un teléfono móvil o con una cámara de bajo formato. No hay fragmento de medios de comunicación ni de archivos “oficiales”. Habla esa suerte de enunciador fantaseado, enunciador-Frankestein en el que, después de todo, no sabemos quién ni cuándo ha accionado la cámara de video. Los créditos señalan a catorce colaboradores anónimos, simplemente localizados por su nombre y una inicial. Se quiere borrar la huella del autor, pero la huella del enunciador prevalece.

05.

Un ramo de cactus, como dijimos en su momento, era una cinta que hablaba de una biografía individual y atravesaba el territorio de la familia y la pequeña historia para intentar encontrar un planteamiento revolucionario. Las dos películas de Llorca en 2014 parecen haber abandonado parcialmente esta idea para intentar ampliar su rango de acción narrativa: bucear en la idea de comunidad, abandonar las parciales narrativas personales para mostrar voces comunes y la manera en la que los sujetos se piensan desde lo colectivo. ¿Toma de posición? Sin duda, aunque con matices: Llorca ya está posicionado desde hace quince años. De hecho, está posicionado desde mucho antes de que los nuevos profetas de la colectividad decidieran meter mano en los parámetros de estética/cultura nacional para “re-politizar la cultura”. La suya, después de todo, sigue siendo una carrera de fondo y los que seguimos su filmografía lo sabemos. Lamentablemente, el mundo que es –y el que fue- seguirá dándole temas de reflexión y de furia. Después de todo, hay muy pocos cronistas (reales) de la miseria, y para ellos nunca se cierra realmente el capítulo de las víctimas.

[Coda: Mientras veía ambas películas, recordaba una y otra vez la recientemente aprobada Ley Mordaza. Llorca lleva rodando manifestaciones y acciones ciudadanas más de un lustro, convirtiéndolas en el eje sobre el que respira toda su reflexión. La puñetera Ley de marras, además de un despropósito contra las libertades, es también el mejor motivo para que respetemos y tomemos muy en serio una escritura como la de Llorca. En lo real siempre ocurren cosas que molestan a los jerifaltes: el amor, la amistad, la melancolía, la desesperación, la toma de conciencia y de contacto. La cámara no sólo atrapa el testimonio de los límites. Construye la posibilidad misma de transgredirlos].



País de todo a 100, Pablo Llorca, 2014



Pablo Llorca en Textos en red de Shangrila:

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